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LOS NÚMEROS FALSOS

Así llamaron durante muchísimos años a los números que hoy llamamos negativos.  Grandes matemáticos, cuando realizaban complicadas operaciones y daban resultados negativos, solían llamarlos absurdos y que aquellas soluciones eran imposibles.
Ya, mucho antes que ellos, los comerciantes chinos usaban en sus cuentas dos colores: los números de las deudas en color rojo y los que no lo eran en color negro.


En la India, también se distinguían estos números como cantidades que se debían.  De ellos lo aprendieron los árabes.  Y, así, durante la Edad Media, los comerciantes italianos, al navegar por todo el Mediterráneo y comerciar con el norte de África, conocieron estos números y se los enseñaron a sus colegas de toda Europa.


Pero se les seguía considerando como deudas.  Poco a poco, la práctica comercial les fue dando impulso hasta que, por fin, se les dejó de considerar como números falsos o absurdos.


Un comerciante de trigo tenía en su almacén dos costales de harina de 8 kilos cada uno.  Una mañana abrió su tienda y dispuso los sacos de tal manera que se vieran bien, que todo el mundo que pasara por delante del comercio se fijara en ellos.

Seguro que vendería muy pronto la harina.  Al finalizar la jornada de mañana sólo había vendido 6 kilos de uno de los sacos.  El pobre mercader antes de irse a comer exclamó muy triste: ¡Sólo seis kilos! Pues... ¡Vaya negocio!  En fin, menos es nada.  Apuntaré en el saco los kilos que he vendido, Pero, según escribía en la tela el número seis, se dio cuenta que luego no sabría qué era ese "6":  si era que había seis kilos o que faltaba esa cantidad o qué.  Se puso a pensar y, pensando pensando, a punto de salirle humo por las orejas de tanto pensar, tuvo una idea: - Ya está, pondré una señal al 6 y así sabré que a este saco le faltan seis.   Y no se le ocurrió otra cosa que poner una rayita delante del número.  Después de toda una tarde en su tienda, no consiguió vender más harina.

‐ Y ahora ¿Qué hago con estos dos sacos?  Esta noche me traen otro de buen trigo siciliano y tengo que hacer sitio en el almacén.  ‐ Uhmmm... ¡Ya está! Juntaré los dos sacos de harina y así tendré sitio para el trigo. Dicho y hecho: Vació un saco en otro.  ¿Cómo conseguiré acordarme de que este costal de 8 kilos tiene, además, los dos kilos que me sobraron del otro? ¡Jo, qué lío esto de ser tendero! ¡A ver qué hago ahora!  Y pensó, otro tanto como por la mañana.

 Al final consiguió la solución:   Pondré un 2 en el costal de ocho kilos y, para no confundirme le pondré la señal de antes...  ¡Alto Giovanni! –exclamó, llamándose a sí mismo Si haces el mismo signo vas a pensar luego que te faltan 2 kilos.  Piensa... piensa... Giovanni.  Y volvió a pensar... y pensar... y pensar: ...


Pues le pondré dos rayitas cruzadas.  De esta forma sabré que este saco tiene dos kilos más de harina.  Y escribió: +2.

Esto lo contó en la Asociación de comerciantes de su ciudad y el invento de Giovanni se extendió como la pólvora entre los mercaderes de toda Europa.  Esta pudiera haber sido la historia de los números negativos, de cómo al ponerles un signo, o tal vez ocurriera de otra manera.  El caso es que, con el paso del tiempo, los matemáticos dejaron de considerarlos números absurdos.


Fuente:  La maravillosa historia de los números. Museo Virtual de la Ciencia del CSIC. 2004. 

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LOS NÚMEROS FALSOS

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